viernes, 18 de enero de 2019

Volcan Laki en 1783.

El volcán islandés que cambió el clima de Europa


El 8 de junio de 1783 se produjo una de las mayores erupciones volcánicas que se han registrado en la historia. Tuvo lugar en Islandia, en el sistema volcánico de Grimsvötn, en la fisura del Laki. La actividad del volcán no cesaría hasta febrero de 1784 y sus efectos, según las fuentes de la época, fueron terribles, en consonancia con el valor 6 del Índice Volcánico de Explosividad que le atribuyen los expertos. Una amplia zona de la costa suroriental de Islandia quedó arrasada por las efusiones basálticas mientras que en el cielo de la isla se instalaba una densa capa de gases nocivos y polvo que, en muy poco tiempo, acabó con la vida de la cuarta parte de la población y con la casi totalidad de las cabezas de ganado existentes.
Una crónica fechada en Copenhague en septiembre del mismo año, y publicada un mes más tarde en La Gaceta de Madrid, describía el padecimiento de la gente y alguno de los terribles efectos provocados por la lava. La consternación y el miedo invadían a los islandeses quienes, además de ignorar el alcance real del desastre, veían su país cubierto por «las más horrendas tinieblas», producto de los «vapores de azufre, salitre, arena y ceniza» lanzados por el volcán. El sol únicamente era perceptible durante el orto y el ocaso como «un gran volumen de fuego metido entre vapores densísimos». Además, en los años posteriores una terrible hambruna castigaría a los supervivientes del desastre.
Sin duda, los islandeses fueron las grandes víctimas, pero el impacto de la erupción fue mucho más allá. Empujada por los vientos provocados por las altas presiones situadas en Islandia, la espesa nube tóxica fue desplazándose en dirección sureste. A mediados de junio llegó a Noruega y Bohemia, el 18 de ese mes cubrió Berlín, el 20 alcanzó París, dos días después El Havre y el 23 hacía acto de presencia en las costas de Gran Bretaña, impregnando el cielo de un polvo sulfuroso. Un sofocante calor se adueñó de la atmósfera y los londinenses tuvieron la percepción de no haber conocido nunca un estío de tal naturaleza. El verano fue anormalmente caluroso en buena parte del continente europeo aunque, de inmediato, irrumpieron violentos aguaceros y granizadas que hicieron descender las temperaturas. El otoño fue más fresco y húmedo de lo normal y el invierno siguiente, muy frío. Las cosechas se perdieron, dando paso a la carestía, el hambre, la enfermedad y la crisis. Las muertes fueron cuantiosas.

141 Laki 3. El causante de la catástrofe

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